Los particulares estilos de pintura, escultura y arquitectura que
sobresalen en las calles y llenan muchas iglesias y monasterios del
histórico Quito nacieron de la Escuela Quiteña Tenemos, en primer lugar,
la gran pintura. Todos eso mártires lacerados y gangrenosos (pintados) bajo la torva vigilancia de los mastines del Santo Oficio
(Raúl Andrade), sobre los cuales uno se pregunta dónde reside
finalmente su valor artístico. Los críticos siglo-ventinos del Ecuador
elevan a la categoría de baremo estético la habilidad imitativa, y más
que en términos de creación plantean el problema artístico en términos
de reproducción (no de la realidad, sino de otras obras de arte). Si
algo refleja el arte colonial del medio en que se produjo, no es otra
cosa que una total alineación: técnica, cromática, de temas; todo nos
remite a una situación existencial poblada de manos indias y mestizas
produciendo dioses blancos con todos los detalles blancos exigidos por
el blanco colonizador.
Quito fue una de las ciudades más pobladas durante el periodo colonial,
concentrando el poder religioso, la administración política y de
justicia, centro cultural importante y núcleo de una gran producción
artística. Cuando se habla de “arte quiteño” se hace referencia al arte
barroco urbano producido en esa ciudad y que tuvo gran impacto en un
territorio mucho más amplio. Aunque fue Quito el principal foco, también
Cuenca, Riobamba y Latacunga al sur, e Ibarra, Popayán, Buga y Pasto al
norte fueron centros de importante actividad; sin embargo, la mayor
parte de su patrimonio artístico ha desaparecido, fundamentalmente
debido a los terremotos, o no ha sido aún suficientemente investigado.
Fueron habituales los desplazamientos de artistas quiteños a la actual
Colombia, encontrándose piezas de influencia o factura quiteña en
diversas ciudades del país. Mientras en arquitectura la influencia
quiteña se extendió desde Tunja (Colombia) hasta Bolivia, las pinturas,
esculturas, platería y objetos de artes decorativas quiteñas, se
convirtieron en objetos de exportación cubriendo una demanda constante
desde Panamá hasta Buenos Aires, desde el siglo XVII hasta mediados del
XIX.
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